Aquel muchacho que solía bajar a los muelles, en el escaso tiempo que le quedaba para comer un sandwich, se quedaba contemplando como en la rada de Nueva York, en el brazo ancho del Hudson, entraban y salían los veleros. Ya había escrito, sin éxito, dos novelas. Pero el seguía pensando que en el océano había otros mundos y los quería descubrir e interpretar poseído por la influencia romántica y su curiosidad.
A los 22 años, dada la precariedad de los empleos disponibles, Herman Melville se enroló en un ballenero. Fruto de esas experiencias publicó posteriormente Typee y Omoo en 1847 y 1847. Fue en ese año cuando contrajo matrimonio y dos años después publicó Mardi. En 1849 apareció Redburn y La guerrera blanca una obra en la que arremetía ferozmente contra la rigidez de la marina estadounidense.
Pero Melville tenía dos focos sobre los que giraba el interés de su obra: la influencia de Nathaniel Hatworne, un reconocido representante de la narrativa romántica junto a Poe y el influjo del mar, del océano. De sus experiencias como marinero enrolado, de su andar por las cubiertas unos escasos años y de su interés por las leyendas marinas nació Moby Dick. Hay quién cuenta que aquel joven oficinista que fantaseaba con los veleros y logró embarcarse unos pocos años quedó herido por la huella del océano.